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Bailando solo(a)
“Cuando te atreves a bailar solo, descubres la música que vive en ti.”
Hay momentos en la vida en que, inevitablemente, nos toca bailar solos. No porque no haya personas alrededor, sino porque el camino nos coloca frente a nosotros mismos, en un espejo sin adornos. Y es ahí donde comienza una de las travesías más profundas: la del autoconocimiento.
En el capítulo 17, del libro Bailar con la soledad de José María Rodríguez Olaizola nos invita a redescubrir el valor de la soledad habitada, ese espacio de silencio que, lejos de vaciarnos, nos conecta con nuestra esencia. A través de cinco capacidades que emergen en esa soledad fértil, el autor nos muestra cómo la vida interior se convierte en semilla de crecimiento personal y espiritual.
La primera es el orgullo sano de ser únicos. Cada persona es un universo irrepetible, construido por vivencias, decisiones, heridas y sueños. Recordarnos que no hay nadie como nosotros nos fortalece con dignidad y autenticidad.
La segunda es la serena humildad, el reconocimiento honesto de nuestras grietas y limitaciones. Aceptar que no siempre estamos a la altura no significa resignarse, sino abrir el corazón al cambio posible.
En tercer lugar, destaca la creatividad, ese poder interior capaz de transformar lo invisible en arte, ideas o soluciones. En la soledad surgen muchas de las grandes obras de la humanidad, porque es ahí donde la imaginación toma protagonismo.
La cuarta es justamente esa: la imaginación, capaz de llevarnos a otros mundos, a través de libros, historias y sueños. Leer, imaginar, soñar... todo ello nos permite volar aunque estemos quietos.
Y finalmente, la quinta es la capacidad de reflexionar, que en un mundo que aplaude lo inmediato, se vuelve un acto revolucionario. Pensar, cuestionar, buscar sentido, es una forma de resistencia y esperanza.
El autor nos recuerda que todo esto, reunido, forma parte de nuestra vida interior, ese espacio intimo donde podemos encontrarnos con lo más verdadero de nosotros. Y si hay fe, también es lugar de encuentro con ese ser superior.
Bailar solo no es fracaso. Es preparación. Es el ensayo silencioso para luego compartir pista con los demás, con fuerza, con verdad, y con amor.
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