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Aumenta el salario, no alcanza la quincena
El Gobierno federal volverá a estrenar cifra para el discurso...
El Gobierno federal volverá a estrenar cifra para el discurso: a partir de 2026, el salario mínimo general pasará de 278.80 a 315.04 pesos diarios; en papel, poco menos de 9 mil 600 pesos al mes para quien gana “lo mínimo”.
Suena a logro histórico, a “recuperación del poder adquisitivo”, a lámina impecable en la pantalla. El problema empieza cuando ese número deja de estar en La Mañanera y se baja al carrito del súper, al tianguis y al recibo de luz.
Pongamos la calculadora sobre la mesa. Un hogar donde sólo entra un salario mínimo tiene, en el mejor de los casos, unos 9 mil y fracción para todo el mes. De entrada, sólo la canasta alimentaria urbana por persona —la que calcula el CONEVAL con lo básico para no pasar hambre— anda por arriba de los 2 mil 400 pesos mensuales.
Si en la casa viven cuatro personas, la pura comida “de cálculo técnico” ya le muerde más de la mitad al ingreso. Y eso sin hablar de carne, fruta “cara” o antojitos de fin de semana.
La tortilla, termómetro silencioso de la economía familiar, ronda en promedio nacional los 23–24 pesos por kilo, con tortillerías donde ya se vende a 28 ó 30 pesos.
Si una familia consume un kilo diario, ahí se va otro bocado del salario. Súmele el gas —un cilindro de 20 kilos se mueve, según la región, alrededor de los 400 pesos—, la botella de aceite, el huevo que tiene sus propios altibajos, el frijol, el arroz. El “aumento histórico” ya empezó a hacerse chiquito sólo con la cocina encendida.
Falta la renta. En muchas zonas urbanas, un cuarto o departamentito modesto rebasa con facilidad los 3 mil o 4 mil pesos mensuales. Para quien gana un salario mínimo, pagar techo implica resignarse a que todo lo demás se mueva en modo sobrevivencia: menos comida fresca, menos transporte formal, más deuda en la tiendita o en la tarjeta departamental.
El transporte también cobra su parte. Entre camiones, metro o combis, una persona que hace dos traslados diarios puede destinar mil o mil 500 pesos al mes sólo en pasajes si vive en ciudad grande y trabaja lejos de su casa. A eso súmele la luz, que no perdona ni al foco de ahorro; la escuela de los hijos, aunque sea pública; el internet que ahora es casi tan indispensable como el gas. La quincena llega a la mitad del mes… pero la lista de pagos no se acorta.
Mientras tanto, el relato oficial presume que nunca antes se había incrementado tanto el salario mínimo. Es cierto que, si uno mira las cifras en frío, el mínimo de 2026 está lejos de aquel salario pulverizado de hace una década. Pero el problema no es sólo cuánto sube el ingreso, sino cuánto más rápido corre el costo de la vida real de las familias.
Los números del propio CONEVAL han venido advirtiendo que millones de personas viven con ingresos inferiores a la línea de pobreza por ingresos, aun con los aumentos escalonados del mínimo. Es decir: el ingreso “oficialmente digno” se queda corto frente a lo que cuesta comer, transportarse y vivir en una ciudad donde la desigualdad se nota más en el ticket del súper que en las gráficas.
A eso se suma un dato incómodo del que poco se habla en las celebraciones: no toda la población ocupada gana el salario mínimo “de catálogo”. Una gran parte trabaja en la informalidad, cobra por día o por destajo y, en la práctica, recibe menos de lo que marca la ley. Hay empleadores que ajustan el contrato sobre el papel, pero amortiguan el aumento recortando prestaciones, bonos o cambiando esquemas de pago. Al final, el trabajador escucha que gana más… aunque su bolsillo diga lo contrario.
Las familias ya le encontraron nombre a ese desajuste: vivir a la quincena. No como frase hecha, sino como una carrera de obstáculos entre el día 1 y el día 15; luego del 16 al 30, y después a rezar porque no se enferme nadie, no se descomponga el refri y no llegue un imprevisto. El “aumento histórico” se convierte en parchecillo para una economía doméstica que hace malabares desde hace años.
La otra cara del discurso está en los créditos: cuando el salario no alcanza, aparece la tarjeta, el préstamo exprés, la aplicación que presta “rápido y sin buró”. El costo real del dinero se esconde en comisiones e intereses que muchas veces duplican o triplican lo que se tomó prestado. Lo que no cubre el salario mínimo lo termina cubriendo la deuda, y esa sí no se anuncia en cadena nacional.
¿Significa esto que subir el salario mínimo está mal? No. Es un piso necesario, sobre todo para los trabajos peor pagados. Pero si el país quiere que el aumento se sienta más allá del boletín, tendría que caminar al mismo tiempo en otros terrenos: abaratamiento real de la canasta básica, política de vivienda accesible, transporte público digno y tarifas de servicios que no expriman a quien menos tiene.
Mientras eso no ocurra, cada primero de enero tendremos nueva cifra para presumir y la misma escena repetida en millones de hogares: una quincena que se anuncia con optimismo y se acaba antes de tiempo. Un salario que sube en el papel, pero no alcanza en la vida real.
¿Usted qué piensa?





