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Omar Reyes Cerda
COINCIDENCIAS
Por: Omar Reyes Cerda

Publicado el

Atrapados en la orilla

Durante años se repitió que México era “país de origen y tránsito” para la migración.

Durante años se repitió que México era “país de origen y tránsito” para la migración. La frase sonaba correcta, técnica, diplomática. Pero si volteamos a ver lo que pasa hoy en la franja norte, la realidad es más cruda: México se está convirtiendo en el lugar donde mucha gente se queda “atorada”.

No solo se quedan quienes lo intentaron y no pudieron cruzar. También quienes fueron devueltos y quienes ya no están seguros de querer llegar “al otro lado”. Y ahí es donde aparecen, una y otra vez, los mismos nombres: Tamaulipas, Chihuahua, Baja California, Nuevo León. No como líneas en el mapa, sino como salas de espera improvisadas donde nadie sabe cuánto va a durar la espera.

Las reglas del vecino cambian, se endurecen, se cierran válvulas, se suspenden citas digitales, y de un día para otro miles de personas que cruzaron selvas, retenes y desiertos se topan con un muro invisible: “no hay espacio, inténtelo después”.

El flujo que antes cruzaba, ahora se detiene, se revierte o se queda estacionado en ciudades que no estaban preparadas para ser destino.

En Tamaulipas, la frontera es espejo de ida y vuelta: llegan migrantes de distintos países y regresan mexicanos deportados o repatriados. En Matamoros y Reynosa los albergues pasan de la saturación al “bajó el flujo” de un mes a otro, pero la migración no desaparece, solo se corre de lugar. Chihuahua repite la postal en Ciudad Juárez: campamentos, casas de campaña, familias pegadas al río que ya no cruzaron. Baja California vive su propia versión en Tijuana, ciudad refugio y de espera permanente.

Nuevo León, aunque no encabeza titulares migratorios, también se vuelve escenario. Monterrey y su área metropolitana funcionan como punto de trabajo temporal, de paso o de reacomodo para quienes llegan desde el sur o desde otros estados buscando una ciudad grande donde “algo salga”: un empleo, un cuarto, una oportunidad.

Mientras tanto, los gobiernos locales hacen malabares con presupuestos limitados. Una parte importante de la respuesta la ponen albergues, parroquias, organizaciones civiles, voluntariados y clubes de servicio: dan de comer, prestan cama, acompañan con asesoría y, muchas veces, con algo que no se reporta en los informes: tiempo y escucha.

El problema es que el discurso se quedó corto. Se sigue hablando de “contener flujos”, de “ordenar la frontera”, de “regular el tránsito”, como si todas las personas estuvieran de paso.

Pero cada vez hay más niñas y niños extranjeros sentados en aulas mexicanas, más familias buscando trabajo en estas ciudades, más historias que ya no miran a Estados Unidos como único horizonte. México ya está funcionando como país de destino, aunque no lo reconozca en su política pública.

Ser país de destino no es solo abrir más albergues o firmar más convenios. Significa garantizar acceso real a salud, educación, trabajo y seguridad. Aceptar que la vida de quienes llegaron también tendrá que resolverse aquí, en Tamaulipas, Chihuahua, Baja California, Nuevo León y otros estados de la franja.

Implica asumir que no se puede basar una política migratoria en una aplicación que hoy programa citas y mañana se apaga, ni en acuerdos que se deciden lejos de la frontera pero se viven en carne propia en los puentes y las colonias populares.

Siempre que se habla de migración aparecen porcentajes, cifras, mapas. Pero detrás de cada persona varada en la orilla hay una historia de miedo, hambre, violencia o simple búsqueda de algo mejor.

Y ahí hay una coincidencia que no deberíamos perder de vista: seguimos siendo un país que expulsa a los suyos al mismo tiempo que recibe a quienes vienen de otros lados. El trato que demos a quienes hoy llegan es el espejo del trato que quisiéramos para quienes se siguen yendo.

La pregunta ya no es si México va a ser país de destino. Eso la realidad ya lo decidió por nosotros. La verdadera pregunta es qué tipo de destino queremos ofrecer: uno que se limite a administrar banquetas llenas y albergues rebasados, o uno capaz de mirarse al espejo y admitir que también aquí, en esta frontera y en estas ciudades, tendría que ser posible empezar de nuevo.

A veces nos cuesta ver que la frontera no solo marca hasta dónde llegan los otros, sino hasta dónde llega nuestra idea de país.

En estos días de Navidad y Año Nuevo, los invito además a reflexionar y compartir, la situación que viven los migrantes es precaria, por eso compartir un poco de alimento, ropa y juguetes les hará más llevadera su estancia temproal para unos y su nueva residencia para otros.

Al final de cuentas, están en esa situación porque huyeron de sus países y ciudades buscando una mejor vida para sus familias, eso es algo en lo que todo coincidimos.

¿Usted qué opina?

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