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Y se hizo el silencio
“Que sucede cuando el bullicio hace maletas”
No hay fecha que no se cumpla ni ciudad que no se vacíe. Esta semana santa, Monterrey se quedó con eco. Literal. De repente, los cláxones dejaron de sonar como si todos los automovilistas hubieran hecho un pacto de paz.
Las avenidas se convirtieron en autopistas zen, donde uno se atreve hasta a manejar con la ventana abajo sin el temor a que se te meta el polvo o el estrés. ¿Qué pasó? Sencillo: se abrieron las vacaciones, y con ellas, se abrieron las puertas de la ciudad para que muchos se fueran.
Lo curioso es que la calma que se respira en la ciudad durante estas fechas también tiene su lado filosófico. ¿Por qué huimos todos en el mismo momento? ¿Será que asociamos el descanso con estar lejos de lo cotidiano?
Tal vez sea porque, en medio de la rutina, se nos olvida que también se puede descansar desde adentro.
Esta pausa en el ritmo nos muestra una versión alternativa de Monterrey: la del oxígeno en el tráfico, la de los parques con sombra libre, la del súper sin filas, la de la tiendita de la esquina que por fin escuchó grillos.
Y para quienes nos quedamos, también se despeja algo más que la ciudad: se despejan los pensamientos.
Entre calles tranquilas y cafés con mesas vacías, uno se topa consigo mismo. ¿Qué estoy corriendo a hacer? ¿Qué tanto me urge todo lo que siempre digo que me urge? De pronto, hasta el sol cae diferente.
Más lento. Más cálido. Más como diciendo: “bájale dos rayitas, que la vida también se disfruta en primera velocidad”.
Y claro, hay quienes salen con su hielera en mano, toalla al hombro y chancla confiada rumbo a la playa. Bien por ellos. Pero también bien por quienes nos quedamos.
Porque quedarse es, a veces, quedarse contigo mismo. Y eso también es una forma de vacacionar.
Así que, si estás leyendo esto desde la tranquilidad de tu casa, sin presiones de tráfico ni agenda llena, te felicito: Monterrey te pertenece por unos días. Disfrútalo, escúchalo, camínalo. Porque cuando todos se van, la ciudad también respira. Y contigo, se queda el privilegio de redescubrirla.
Que esta Semana Santa no solo te despeje el camino, sino también el alma.
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